Trad. Juan Luis Molina Los Hechos de los Apóstoles dejan bien claro que los viajes misioneros de Pablo estuvieron por lo general repletos de obstáculos y peligros. En el segundo viaje tanto él como Silas fueron expulsados de Tesalónica, después de los atribulados acontecimientos registrados en el capítulo dieciséis. Tuvieron que dirigirse a Berea, a unos 80 quilómetros al suroeste. Era esta una ciudad del su de Macedonia, situada a los pies del Monte Bernius, la cual era entonces de considerable magnitud en cuanto área y populación. Probablemente se fundó en el primer siglo antes de Cristo y en los tiempos del Nuevo Testamento poseía una colonia Judía. A medida que Pablo iba viajando de ciudad en ciudad se dirigía invariablemente al pueblo escogido de Israel en primer lugar, justo igual que el Señor lo había hecho en Su ministerio terrenal (Mateo 15:24), y además como también lo hicieron los doce apóstoles de acuerdo a los mandamientos dados por el Señor (Mat.10:5, 6). Teniendo en cuenta el plan de Dios de que Su conocimien-to y el establecimiento de Su Reino fuese expandido en to-do el mundo y no solo restringido a una nación (Isaías 11:9), esta actitud no es fácil de comprender, hasta que nos demos cuenta que el pueblo redimido de Israel había sido elegido como el Divino medio de llevar a cabo esa la-bor (Gén.12:3; 26:4; 28:14; Hechos 13:47), y así debían ob-tener la preparación necesaria de parte de Dios y les fue encomendado el evangelio en primer lugar (Hechos 3:25, 26; 13:46). Fue precisamente en este cometido que Israel fracasó tan terriblemente. Después de la educación e instrucción que Dios le dio a este pueblo durante siglos, repudiaron deliberadamente y crucificaron a su Salvador y Rey cuando se presentó ante ellos en la carne. Una oportunidad posterior se les dio durante los Hechos de los Apóstoles de acuerdo a la paciencia y la gracia de Dios aguardando por su reconsideración, sin embargo, a todas partes donde Pablo se dirigía con esta renovada invitación, los Judíos se oponían y blasfemaban repudiando de nuevo la oferta (Hechos 13:45; 18:6). Pero en contraste, estos en Berea fueron una sorprenden-te excepción: “Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pa-blo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entra-ron en la sinagoga de los Judíos. Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:10, 11). ¡Cuán consolador debe haber sido para Pablo y su amigo encontrar una comunidad Judía que estuvieran deseosos de escuchar y comprobar su mensaje atestado por el Anti-guo Testamento! Ya que fueron estas Escrituras las que formaron la base de lo que Pablo tuvo que enseñarles (Hechos 18:28; 28:23). Los Judíos de Berea eran “más nobles” que los de Tesalóni-ca como se evidencia por su “solicitud” para sopesar escri-turalmente lo que oían de parte del apóstol. La palabra así traducida significa “con deseo ardiente”, literalmente un “ir adelantándose”, y esto nos da la primaria actitud men-tal necesaria si es que alguna vez vamos a aprender la Ver-dad de Dios. Debemos prácticamente mostrar que tenemos un genuino interés por llegar a conocer-la. Dios no tiene nada que ver con las personas indiferen-tes o de doble corazón. En segundo lugar observe que estos Judíos de Berea exa-minaban todo lo que oían por el único estándar o modelo Divino – la Palabra de Dios. “Comprobaban” o escudriña-ban” lo que Dios había escrito a través de los hombres que le sirvieron de instrumento. Esta palabra “escudriñar” sig-nifica literalmente “revisar de alto a bajo”, “hacer una cui-dadosa y exacta investigación”. No era una simple lectura de algunas páginas de los manuscritos, sino que estaban invirtiendo el tiempo y el cuidado necesario para comparar Escritura con Escritura. El siguiente motivo por tanto que sirve de obstáculo para nuestra adquisición del conocimiento Divino es la pereza, o el estar tan ocupado con cosas triviales que no tenemos tiempo si quiera para examinar con la Palabra de Dios todo lo que oigamos y leamos. Como le dijo una vez alguien al escritor, ¿para qué voy yo a tener que investigar la Biblia? ¡Ya le pagamos al ministro para que lo haga él! En tercer lugar, en Berea, no había una manera compulsiva de escudriñar el Antiguo Testamento. Lo hac-ían diariamente.Era un continuo y diario hábito que de-mostraba en la práctica cuán deseosos y hambrientos es-taban espiritualmente por recibir y obtener la Verdad. ¡El Estudio Bíblico Compulsivo logra muy pocos o ningún objetivo! Además, esta actitud de los de Berea nos da una nota fun-damental en cuanto a la manera de tratar con los falsos maestros o los atributos y jerarquías humanas que se nos acerquen, por muy listos o llenos de dones que puedan ser o parecer. Cada creyente es avisado a investigar por sí las Escrituras con la guía e iluminación del Espíritu Santo, para que pueda así descubrir por sí lo que Dios desea enseñarle. Esto no quiere decir que no haya lugar para profesores y maestros. Dios por sus frutos nos enseñará a respetarlos como tales, pero jamás deberían ser considerados como infalibles. Serán en todo caso solo instrumentos de la Palabra, que basarán todas sus enseñanzas en la Palabra de Dios y no en sus opiniones personales o las opiniones de otros. Asegurémonos de una cosa: La Palabra de Dios es el fun-damento apropiado de la Cristiandad. Es el libro de texto de la profesión Cristiana. Cada profesión humana tiene sus necesarios libros de texto. ¡Imagínese a cualquiera inten-tando ser eficaz en cualquier profesión e ignorando sus li-bros de texto! Sin embargo esto es precisamente lo que una inmensa mayoría de Cristianos llevan a cabo. ¡Cuán diferente cuadro se nos presentaría hoy en día en la Cris-tiandad y en el mundo que nos rodea, si en cada iglesia se honrase la Palabra de Dios y se le diese su debido lugar, y aquellos que las frecuentan fuesen como los de Berea, le-yendo diariamente, escudriñando la Palabra y haciendo grandes descubrimientos espirituales! ¿Qué puede haber que sustituya la Palabra de Dios? ¡Nada, excepto la confu-sión humana y la selva de sus opiniones! ¿Por qué se ven hoy en día las terribles decadencias de las normas verda-deras y de los justos modelos? ¿A qué se debe que florez-can tantos cultos engañosos? En gran parte se debe a que el libro de Dios se desconoce, o se menosprecia y se deja de lado. El Señor Jesús dijo Tu Palabra es verdad (Juan 17:17) y a Sus adversarios les dijo, erráis, ignorando las Es-crituras (Mat.22:29) y si Él se presentase hoy día, tendría que repetir esa misma verdad muchas veces, aun mismo a una gran mayoría de profesantes Cristianos. Para poder apreciar de nuevo cuán fundamental es la Bi-blia para la Cristiandad, consideremos que es la base de: (1) La Salvación y la Vida Espiritual: “La Palabra de Dios es viva y poderosa (literalmente” (Hebreos 4:12). “Siendo renacidos…por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1ª Pedro 1:23). (2) Garantía: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna…” (1ª Juan 5:13). (3) Fe: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Rom.10:17). (4) Crecimiento Espiritual: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual (de la Palabra) para que por ella crezcáis” (1ª Pedro 2:2). (5) El cumplimiento de los propósitos de Dios: “Así será Mi Palabra que sale de Mi boca; no volverá a mí vacía sino que hará lo que yo quiero…” (Isaias 55:11). (6) El Juicio Final de los Hombres: “El que Me rechaza, y no recibe Mis palabras, tiene quien le juzgue: la pala-bra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48). (7) La única arma ofensiva que se le da al creyen-te: “La Espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Efesios 6:17). Y observe que el Señor empleó esta toda poderosa y con-quistadora arma en Su tentación en el desierto y así venció y se sobrepuso a Satanás con Su tres veces repetida “escrito está” (Mat.4:1-11). En vista de todo lo expuesto, no admira nada que la última exhortación del apóstol Pablo fuese “Predica la Palabra” (2ª Tim.4:2) pues este es el único medio a través del cual venimos a adquirir un conocimiento personal de la Palabra viva, es decir, del Señor Jesucristo, cuyo conocimiento es vida eterna. Ahora tal vez nos demos cuenta de cuan sabios fueron los Judíos de Berea poniendo su fe en las santas Escrituras y haciendo de ellas su asiento o base fundamental, y averi-guando cada cosa que les decían Pablo y Silas por ella. No tenemos opinión alguna para ofrecer o cualquier ense-ñanza fraudulenta, sino que procuramos expandir y dar a conocer la Palabra de Dios, la cual es siempre viva y pode-rosa y completamente relevante para cada situación anti-gua y moderna. Invitamos a nuestros oyentes y lectores a examinar honestamente y fielmente todos nuestros testi-monios por lo que Dios haya dicho en Su Palabra eterna. La última palabra es la Suya, y la responsabilidad es de cada uno que le procura. A medida que procuremos “proclamar la Palabra” sin adicionarle ni substraerle nada nuestro, lo estaremos haciendo y diciendo como proclamaron los profetas de la antigüedad “ASÍ DICE EL SEÑOR”, sin apologías y con la absoluta certeza porque las Escrituras son de Dios y no nuestras. Aquí reposa nuestra eterna garantía y el ciertísimo fundamento para nuestra fe. “la impregnable roca de la Sagrada Escritura”. Así como el apóstol Pablo en la antigüedad, nos atrevemos osadamente a declarar todo el consejo de Dios, y esto sig-nifica que no solo predicamos el evangelio de la gracia de Dios, dando a conocer un Salvador que puede “salvar per-petuamente” (Heb.7:25), sino además también las cosas profundas de la Palabra, las sobre excelentes riquezas que Dios quiere dar a conocer a Sus redimidos (Colos.1:25-27). ¿Vendrás a ser tu igual que los de Berea, adquiriendo y dando a conocer estas “sobre excelentes riquezas” que Dios quiere impartirte? “Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata”. “Maravillosos son Tus testimonies; por tanto, los ha guar-dado mi alma”. “La exposición de Tus palabras alumbra; hace entender a los simples” (Salmos 119:72, 129, 130). El Señor Jesucristo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán” (Mat.24:35).